Home > Vol 6, No 10 (2017): 293-299 > Quintela González

Reseña Review

Arias Maldonado, Manuel (2016). La democracia sentimental. Barcelona, CT: Página Indómita. 448 pp.

Dejó dicho Jean Cocteau que su pesimismo no era sino una variedad de su optimismo. Se acordaba uno de este aforismo mientras atendía a las intervenciones de Javier Gomá y Alain Finkielkraut en el Institut Français de Madrid.1 Acaso el optimismo del español llegaba a desazonar un tanto más que el pesimismo del francés. Las diatribas de Finkielkraut, defensor acérrimo de la educación republicana francesa, dirigidas al periodo que abarca las últimas cuatro décadas, encontraban en Gomá, apólogo de la ejemplaridad2 como método pedagógico y del cosmopolitismo ilustrado —“Ser español es la manera más práctica de ser contemporáneo”, subrayó aquel día—, respuesta en forma de pregunta: “¿En qué otra época preferirías vivir?”. Pregunta que resulta ciertamente tramposa cuando de lo que se trata es de analizar la deriva de las democracias liberales de un tiempo a esta parte, considerando a lo que se tendía ayer y pensando donde, en efecto, estamos hoy, y, desde tal punto, a dónde ahora se tiende. Bien se podría responder a la pregunta de Gomá dejándose uno llevar por la inercia de la formulación, y apelando a la ironía dickensiana: “‘La sala de esta escuela es una ciudad inmensa en la que vive un millón de habitantes, y de ese millón de habitantes, solamente se mueren de hambre en la calle, al año veinticinco. ¿Qué os parece esta prosperidad?’. Lo mejor que se me ocurrió contestarle fue que para los que se morían de hambre era lo mismo que la ciudad tuviese un millón que un millón de millones de habitantes. Y también en esto me equivoqué” (Dickens, 1992, pp. 152-154). Encontraríamos raro que algún coetáneo deseara cambiarse por un campesino de la baja Edad Media, pero nunca sabremos si un campesino de la baja Edad Media hubiera preferido cambiarse por el ciudadano que hubiera sido en la segunda década del siglo XXI. Cabe dudar de ello. Tengamos en cuenta, además, que “la persuasión […] es una entelequia” (p. 78), tal y como nos dice Manuel Arias Maldonado (Málaga, 1974), profesor de Ciencia Política en la Universidad de Málaga, en La democracia sentimental, libro que nos ocupa. Aun no hace demasiado tiempo que el provecto Sánchez Ferlosio declaraba, no sé si con amargura, que nunca se convence a nadie de nada. En fin, ¿es cierto entonces que nunca hemos estado mejor? Arias Maldonado parece alinearse tanto más con el optimismo de Javier Gomá que con el pesimismo de Alain Finkielkraut: “Diga lo que diga la crítica tremendista, la especie y sus sociedades mejoran progresivamente en aspectos fundamentales: reducción de la pobreza, descenso de la violencia, incrementos de tolerancia” (p. 360). Liberté, égalité, fraternité. Tríada que, según el arquitecto y pensador Rem Koolhas, ha acabado siendo suplantada por otra: confort, seguridad y sostenibilidad.

Si, como quería Carl Schmitt, existe el liberal como existe el colérico, el de Manuel Arias Maldonado sería un buen ejemplo de este primer temple. Y si la objetividad existe y consisteen no escamotear al lector la posición desde la que se escribe rehuyendo todo planteamiento equidistante, puede hablarse de objetividad en La democracia sentimental. Arias Maldonado se inscribe abiertamente en el seno de la tradición liberal y desde ella y por ella escribe. Es este libro una defensa de las democracias liberales occidentales y de los valores ilustrados desde las que se han venido construyendo, llevada a cabo en un tono moderado dado en una prosa de mucha gracia y limpieza. El autor escribe muy bien y este libro, “a medio camino entre el ensayo dirigido a un público culto y la investigación académica” (p. 14), es buena prueba de ello. No dudo de que también es prueba de su éxito: a estas alturas el libro de Arias Maldonado ha alcanzado su tercera edición y ha sido abundantemente reseñado.3

La democracia sentimental viene a dar cuenta, sintetizando una cantidad abrumadora de bibliografía de muy variada índole –predomina el pensamiento anglosajón—, de la cada vez mayor sentimentalización de todo ámbito de la vida humana, vinculada estrechamente al creciente prestigio de los sentimientos en detrimento de las razones. El escritor estudia la repercusión que esto tiene en el ámbito de lo público y cómo afecta esto a los regímenes políticos y a las doctrinas o ideas que los alimentan. El ya citado Finkielkraut incide a menudo en la degradación que están sufriendo los ideales ilustrados en los que se basa la escuela republicana francesa. Lo que conlleva el malogro de varias generaciones de los ciudadanos que han de posibilitar el mantenimiento de la República en el tiempo. El deshilachamiento de las generaciones es un síntoma del malestar que Finkielkraut denuncia. Su inicio vendría a coincidir con el llamado “giro afectivo”, cuya primera intención es “discutir el predominio de la razón en sus propios análisis y prescripciones aboliendo la pretendida subordinación histórica de las pasiones a la razón”. El origen de este “giro”, auspiciado por el agotamiento del postestructuralismo unido al auge de los estudios neurocientíficos, se remonta a la década de los años 80 del siglo pasado y se habría culminado en nuestros días (pp. 27 y 29). “El tránsito entre el sujeto ideal kantiano, concebido como un maximizador de preferencias, y el sujeto real que nos describen las ciencias naturales y sociales tras el “giro afectivo”: una entidad sometida a múltiples influencias afectivas, cuyo procesamiento racional de información se ve también afectado por distintas patologías” (p. 31). El sujeto autónomo, soberano, racional que se inaugura con Descartes y que ha sido el detonante de las revoluciones liberales, materializadas en los Estados-nación, resulta que nunca ha sido. Todo ello, por un lado, “implica un desajuste de base entre los presupuestos ideales de la organización política y su realidad práctica” (p. 25) y, por otro y al tiempo, ha producido un cambio de paradigma en el individuo cuyo resultado es un nuevo tipo de sujeto, el “postsoberano”. Este sujeto es definido como “una entidad sometida a múltiples influencias afectivas, cuyo procesamiento racional de información se ve afectado por distintas patologías”. No somos, entonces, tanto individuos que actúan según razón como racionalizadores de lo hecho. Cosa que supone “un claro desafío a los presupuestos antropológicos del humanismo liberal”. Sin embargo, esta nueva propuesta le parece razonable a Arias Maldonado en comparación con el “ser hiperracional descrito por el cartesianismo y la muerte del hombre anunciada por el postestructuralismo” (p. 37). Partiendo de lo dicho, el propósito manifiesto de La democracia sentimental sería “explicar las emociones mismas al haberse hecho obvio que las emociones son parte de la explicación de la deriva que están tomando las democracias liberales, en vista a comprender mejor la influencia política de las emociones, su papel dentro de las sociedades democráticas” (p. 37). Mas el objeto último del ensayo es rehacer el principio de autonomía atendiendo al nuevo paradigma de sujeto y adaptar las democracias liberales a la sentimentalización de facto, imperante e irreprensible, en vista a garantizar una supervivencia sana.

El contenido del ensayo está organizado en un núcleo de cuatro partes precedido por una Introducción y seguido de un Conclusión. A su vez, el contenido de estas cuatro partes se inaugura con un Preámbulo donde se sintetiza lo que será inmediatamente desarrollado. En la primera parte, intitulada “Retrato del sujeto postsoberano”, se explica de qué manera atendemos más a “narraciones que a razones” (p. 77), cosa que explota el storytelling; se apuntan las “deficiencias que aquejan al procesamiento de información y a la toma individual de decisiones” y se carga contra toda ideología, definida como “régimen de percepción que disciplina nuestra visión de la realidad” llevando a cabo una defensa de la razón liberal, cuya preocupación sería la creación del marco político pluralista donde las distintas ideologías “puedan conversar entre sí”. La segunda parte lleva por título “Los efectos políticos del afecto”. En él, Arias Maldonado da un repaso a las tendencias políticas de mayor calado emocional: populismo, nacionalismo y otras derivaciones del romanticismo político; asimismo comenta la importancia hoy de la indignación y del resentimiento. Sentimientos que, como en la ópera, son “la pasión predominante”. El autor advierte que el rasgo principal de los afectos políticos es su ambigüedad y por lo tanto difícil discernir cuando el sentimiento se justifica por tener base real o más bien imaginario. También se trazan en esta parte las vicisitudes de la “vida emocional de la economía capitalista”, dentro de la cual cobra enorme importancia la lógica de los medios de comunicación y la hibridación de estos con las plataformas de comunicación de masas, cuya mecánica habría ido moldeando en las democracias de raigambre occidental un ciudadano-espectador amigo de la diversión lúdica, “más expresivo, espontáneo, personal en su manera de comunicarse”. Arias Maldonado reconoce que es aconsejable que una sociedad democrática se preocupe por la libertad y por las capacidades del ciudadano que le insufla vida y así que la sentimentalidad se conciba como problema (p. 217) ¿Pero cómo? La poca humildad respecto de su propio saber que demuestran las neurociencias tensa la cuerda de tal manera que suena muchas veces de manera preocupante. Lo que se trata de decir es que no se puede obviar el asedio de la disciplina neurocientífica a la noción de libre albedrío. El autor lo trata someramente, sin detenerse en ello ni aventurarsea especular demasiado. El problema hoy no es que sea verdad que un determinismo radical rija la vida humana —no hay desde luego consenso alguno entre científicos—, sino que se adhiera al ambiente como cierto. Sea como fuere, la disminución del coto de libertad deja pocos afectados mayores que el liberalismo, cuya doctrina se basa en la defensa más o menos encendida de la libre decisión de los hombres. Si la noción de libertad carece de significación resultará estéril preocuparse de ella. Unas páginas antes, el autor dice que las sociedades modernas no son solamente democráticas sino también capitalistas, y que este último rasgo no define de manera exclusiva su carácter, porque se trata de un “capitalismo mediado y regulado por el Estado” (p. 197). “Vivimos en democracias representativas que combinan la organización política liberal con los principios bienestaristas socialdemócratas, quedando la producción de riqueza encomendada a la economía social de mercado y la vertebración identitaria en manos de la vieja idea de nación” (p. 23). Parece una evidencia que el proceso de globalización por el cual convergen las economías de todos los Estados en un mercado único es difícil de coordinar con la mediación o regulación del capitalismo por parte de cada cual. Claro que además, por leve que sea la integración de las unidades menores en la mayor, el gobierno de esta habrá de inmiscuirse en el particular terreno de lo consuetudinario. Sobra decir que esto último, unido a la adaptación que cada unidad se verá forzada a hacer en virtud de su pertenencia a un mercado mundial, debilita hondamente la identidad nacional y erosiona lanoción de identidad misma.

“Antídotos democráticos” es la parte tercera del ensayo. Junto a la cuarta parte, de título elocuente, “Defensa apasionada de la razón escéptica”, supone una recapitulación de la problemática expuesta para tratar de encontrar el modo de superarla, quizá sin resultados demasiado alentadores. Sin darlo por bueno, se inclina el autor, prefiriéndolo a toda forma de romanticismo político, por cierto paternalismo influido por el conductismo. No parece difícil que, en esta línea, el principio del daño derive en instrumento de la razón de Estado. Cabe destacar la reformulación de la autonomía individual y la prescripción liberal que nos ofrece el autor ante el panorama descrito: propone un sujeto ideal, el “ironista melancólico”, quien, haciendo de la necesidad virtud, sea capaz de “ejercer su autonomía para someter a supervisión racional la vasta gama de sus afectos y sensaciones, modular sus preferencias y rastrear el origen de sus sesgos perceptivos o emocionales; sin por ello aspirar al objetivo, imposible e indeseable, de neutralizar su vida emocional” (p. 341).

Tal y como habrá quedado evidenciado, La democracia sentimental es un libro muy rico que merece una lectura atenta y exhaustiva, tanto por lo que se dice en él como por las vías de discusión que deja abiertas. La tradición liberal desde donde el autor piensa y escribe, sin duda determinante en mucho de lo bueno que tiene este ensayo, mella el desarrollo de algunos de los planteamientos que encontramos en él. Dicho esto a sabiendas de que difícilmente podría ser de otra manera. Después de todo, ¿sabemos con certeza de alguna forma de gobierno mejor o menos “aborrecible” que las democracias liberales que conocemos en Occidente? “La forma que en política ha representado la más alta voluntad de convivencia es la democracia liberal” porque “proclama la decisión de convivir con el enemigo, más aún, con el enemigo débil. Era inverosímil que la especie humana hubiese llegado a una cosa tan bonita, tan paradójica, tan acrobática, tan antinatural. Por eso, no debe sorprender que prontamente parezca esa misma especie resuelta a abandonarla. Es un ejercicio demasiado difícil y complicado para que se consolide en la tierra”, dejó dicho Ortega (1929/2016, pp. 217-218). También que en toda coyuntura la mejor elección es la que más esfuerzo requiere. Cabe preguntarse, para terminar, y lo haremos trayendo unas últimas palabras de Alain Finkielkraut, si la forma que ha tomado la democracia liberal seguiría representando hoy para Ortega “la más alta voluntad de convivencia” cuando convivir tiende a ser ya más bien “lo contrario de un vivir con” (Finkielkraut, 2014, p. 35).

Referencias bibliográficas

Dickens, C. (1992). Tiempos difíciles para estos tiempos. (F. Galván, Ed.; A. Lázaro Ros, Trad.). Madrid, MD: Cátedra.

Finkielkraut, A. (2014). Laicos contra laicos. La identidad desdichada. (E. M. Cano e Í. Sánchez-Paños, Trad.). Madrid, MD: Alianza.

Ortega y Gasset, J. (2016). La rebelión de las masas. Madrid, MD: Tecnos. (Trabajo original publicado en 1929).

Schopenhauer, A. (1961). Eudemonología (J. B. Bergua, Ed., Trad.). Madrid, MD: Ediciones Ibéricas.

Héctor Quintela González

Universidad Complutense de Madrid, España

Correo electrónico:

ORCID: http://orcid.org/0000-0003-2038-6986


Notas Notes

1 ¿Qué futuro para la democracia?, encuentro moderado por el periodista Juan Cruz y celebrado el 26 de enero de 2017 en el Teatro del Institut Français de Madrid a propósito de la edición correspondiente a este año de La noche de las ideas, bajo el lema “Un mundo en común. Nuestras democracias en la tormenta”.

2 Es una pena que, y le damos la razón a Schopenhauer, “cuánto más pertenece un hombre a la posteridad, es decir, a la humanidad en su conjunto, más desconocido es de sus contemporáneos. La gente reconoce más fácilmente al hombre que sirve a las circunstancias de su breve hora o al humor del instante al que pertenece y en el que vive y muere” (1961, p. 175).

3 Remito al lector interesado a algunas lecturas enriquecedoras y distintas entre sí de La democracia sentimental destacables siempre a juicio de quien elabora esta reseña—: la escrita por Paloma de la Nuez en Cuadernos hispanoamericanos (nº 800, febrero 2017); Martín Alonso en Revista de Libros (http://www.revistadelibros.com/resenas/la-democracia-sentimental-politica-y-emociones-en-el-siglo-xxi); Jorge Bustos en El Cultural de El Mundo (Semana del 3 al 9 de marzo de 2017; http://www.elcultural.com/revista/letras/La-democracia-sentimental/39301).

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