Pasado de violencia política es una obra colectiva, conformada por diez ensayos de jóvenes investigadores e investigadoras, procedentes de distintas disciplinas: historia, ciencias políticas, antropología, arqueología, filosofía, filología, historia del arte. Esta convergencia responde al carácter eminentemente interdisciplinario del ámbito al que adscribe el libro —lo estudios de memoria— y de la Asociación que da vida a este proyecto, Memorias en Red. Sin embargo, en este caso, la recolección de ensayos no apunta a establecer comparaciones interdisciplinarias sobre algún objeto específico —que es el enfoque más común de este tipo de obras— sino que su objetivo fundamental es discutir sobre la memoria en sí, sus dinámicas, funciones y manifestaciones. Persiguiendo este objetivo, el libro presenta un recorrido a través de objetos y contextos muy distintos: exhumaciones de fosas comunes, manifestaciones callejeras, ex centros de detención y tortura, prácticas de disidencia asociadas a la estética y la ética del cuerpo, procesamientos internacionales de derechos humanos y redes de activismo ciudadano.
Más allá del interés de cada uno de los estudios, el mérito de la obra en su conjunto es que esta diversidad logra estructurarse a partir de un enfoque común. Tal como lo expresan los editores en la introducción, lo que interesa es el carácter performativo de la memoria, “entendido como un conjunto de acciones y discursos que a través de sus distintas ‘puestas en escena’ apuntan a la necesidad de recordar, o al contrario, a la conveniencia de olvidar ciertos episodios del pasado reciente” (p. 14). Éste enfoque es desarrollado desde distintas perspectivas en los estudios de caso, evidenciando la existencia de un trabajo de intercambio y pensamiento colectivo que constituye uno de los aspectos más destacables de la obra considerada en su globalidad. Los lineamientos de la memoria se trazan así a través de un panorama de distintos casos, que reflejan el trabajo individual de cada investigador/a, pero también la voluntad de responder a un objetivo común: “repensar y aportar novedad a la disciplina [de los estudios de memoria] a través de un marco epistemológico y cualitativo […] que aspire a introducir nuevas herramientas de análisis, manteniendo un espíritu de problematización más que de resolución definitiva” (p.12). Considerando este objetivo explícito, en las páginas que siguen se discutirán algunos de los principales aportes de la obra en este sentido, considerando a la vez su dimensión de conjunto, y las perspectivas adoptadas por los estudios individuales.
Una primera innovación epistemológica de la obra es su capacidad de establecer un diálogo entre dos tradiciones que caracterizan el panorama actual de los estudios de memoria y que se han desarrollado principalmente de manera paralela y separada. El enfoque de la memoria performativa, enunciado en la introducción y desarrollado en los estudios de caso, permite matizar la dicotomía que opone un concepto de memoria entendida en sentido sociológico y político —de la cual se estudian principalmente los actores, los conflictos, las hegemonías y las luchas— a la memoria como fenómeno cultural, objeto de la antropología, la arqueología y los estudios culturales, de la cual se investigan principalmente los soportes y medios de transmisión, y sus procesos en el largo plazo.
A grandes rasgos, se puede afirmar que estas dos tradiciones caracterizan los estudios de memoria que se han desarrollado en las últimas décadas, respectivamente, en América Latina —donde estos estudios reciben la influencia de la “escuela” argentina— y Europa —a partir principalmente de las propuestas de autores alemanes.[1] Esta diferencia disciplinaria se explica también por una diferencia cronológica en los procesos de violencia a los que se dedican los estudios de memoria en las dos regiones: mientras que en el Cono Sur, la cercanía temporal de las últimas dictaduras militares ha resultado en la predominancia de un enfoque centrado en las políticas —institucionales y ciudadanas— y en los conflictos asociados al pasado reciente; en Europa occidental, el enfoque cultural ha puesto la atención principalmente en las prácticas y los imaginarios de larga duración, para interpretar la memoria de violencias que también son más distantes en el tiempo, aunque no necesariamente menos presentes. El enfoque de Pasados de violencia política logra conjugar ambas tradiciones, en busca de una memoria que es a la vez huella —que se puede descifrar para desvelar distintas capas de sentido del pasado sedimentadas en el tiempo y en el espacio— y discurso —con una explicita función pública y política.
No es casual, por otra parte, que la intersección de estas dos tendencias se concretice en un libro que, a pesar de la procedencia internacional de sus autores, se publica en España. Este trabajo colectivo se genera y se alimenta a su vez de un proceso más amplio y polifacético, de diálogos y transferencias culturales entre España y el Cono Sur, que conforman lo que algunos han denominado un “espacio iberoamericano de memoria”.[2] El último ensayo del libro, de Ulrike Capdepón, está dedicado expresamente a estos diálogos entre las dos regiones, en el ámbito específico de la justicia internacional humanitaria y de los movimientos ciudadanos para la memoria histórica.
Pero es también la obra en su conjunto lo que puede considerarse como una aportación a estos diálogos, no solo porque los casos abordados en los ensayos se refieren a España, al Cono Sur y a sus mutuas influencias, sino porque el paradigma que se adopta se nutre tanto de la tradición académica latinoamericana como de la europea. Este aporte, a la vez, es especialmente enriquecedor para los estudios de memoria en España, que son un ámbito disciplinario aún novedoso y en busca de conceptos propios, y donde la especificidad histórica de los pasados de violencia hace necesaria la conjugación de ambas perspectivas, para comprender la pervivencia de éstos en el siglo xxi.
Vinculada con lo anterior, puede relevarse una segunda novedad epistemológica de esta obra, que consiste en la superación de otra dicotomía disciplinaria, que tradicionalmente opone los aspectos voluntarios e involuntarios de la memoria y el olvido. Los distintos capítulos investigan y abordan no sólo los deseos explícitos y los discursos públicos asociados a la memoria, sino también los afectos, las emociones, los comportamientos subconscientes y la memoria como fuerza latente, como diría Aleida Assmann (2008). Estos aspectos aparecen en la escena como otras tantas manifestaciones de la presencia del pasado y de nuestra forma de relacionarnos con él.
Están presentes, por ejemplo, en la reflexión de Zoé de Kerangat sobre las prácticas de las mujeres exhumadoras durante el franquismo y la transición española, donde se muestra que la necesidad emotiva de dar dignidad a hijos y familiares es el motor que lleva a mujeres represaliadas, rurales y católicas a actuar sin premeditación una praxis subversiva de memoria, incluso en un contexto de represión. La relevancia de lo afectivo y lo inenuciable aparece también en el relato de Lidia Mateo sobre su experiencia en ex centro clandestino Garage Olimpo de Buenos Aires, donde el tango es el vehículo de lo que Domick LaCapra habría denominado una perturbación empática (2005), capaz de imprimir el pasado en la memoria, no ya a través de los argumentos racionales, sino del cuerpo, las sensaciones, la experiencia vivida. La trascendencia de lo que es invisible e involuntario se revela también en la observación de Juan Montero, quien investiga los objetos que se encuentran en las fosas comunes de la provincia de Burgos. Aquí el análisis muestra las confusiones y los olvidos de la memoria social, que a su vez desvelan lo que Alessandro Portelli llamaría las necesidades profundas (1991), o inconscientes, que el presente proyecta sobre el pasado toda vez que lo exhuma, lo relata y construye. Latente e invisible es también la esencia de lo que Carlos Agüero denomina el aura de los restos enterrados en las fosas comunes del franquismo, o de lo que Sergio González denomina la memoria larga del pueblo madrileño, que una y otra vez ocupa la Puerta del Sol, de forma ritual e ineludible, aun sin saber el por qué. Todos los ensayos muestran la intención de otorgar legitimidad y relevancia a los factores sutiles, invisibles, cotidianos e involuntarios de la memoria, sin por ello renunciar a buscar lo que hay de político en ellos.
Al legitimar lo involuntario y lo latente como fuerzas de la memoria y de la historia, en cada uno de los casos estudiados aparecen en la escena actores y dimensiones diversas, y éste es otro aspecto novedoso de esta obra. No sólo y no tanto los discursos y las puestas en escena de una memoria pública que se construye desde arriba, sino principalmente los actores y las practica que mueven e inventan el pasado desde abajo, cuyas acciones invitan a poner en discusión los límites entre esferas privada y pública, y a legitimar la agencia de múltiples actores y prácticas. Los gestos de insumisión cotidiana de las mujeres exhumadoras de las que habla Zoe de Kerangat, apuntan en este sentido. Y también lo hacen las colecciones de fotografías de los familiares de exiliados españoles —investigadas por Lee Douglas y Jorge Moreno— cuya materialidad desvela las capas de sentido que conforman el pasado-presente a nivel familiar, así como los recorridos geográficos y transgeneracionales de redes transfronterizas de afectos que, aunque marcados por la ausencia y la separación, se muestran, sin embargo, resilientes. Esta misma intención se encuentra en el ensayo de Jean François Macé, sobre la práctica del escrache desarrollada por los hijos de detenidos desaparecidos en la provincia de Tucumán (Argentina). Movilizada por un trauma de origen familiar, esta práctica asume un carácter que es a la vez político y público, donde los hijos usan los mismos espacios de militancia de los padres desaparecidos, para organizar una acción colectiva que logra subvertir el régimen de visibilidad que ampara la impunidad de las instituciones de la región. Otra síntesis entre lo privado, lo público y lo político de la memoria es la que propone Víctor Mora, quien muestra las superposiciones entre estas categorías en la clasificación de los géneros y el control de los cuerpos, impuestos por el sistema franquista. Los actores que se mueven en cada una de estas escenas son múltiples y abarcan desde lo micro hasta lo macro, desde los pliegues más escondidos del cuerpo hasta las políticas de los Estados y de los tribunales internacionales. En este sentido, esta obra investiga la memoria desde una perspectiva multidimensional, enfocando los procesos que se agencian desde abajo, desde las plazas o las Ramblas, las fosas o los excentros de detención, y que, desde allí, interactúan de maneras variadas y caleidoscópicas con los procesos de la que normalmente se considera la Historia con mayúscula. Poner en el primer plano a estos sujetos —sus discursos, su privacidad, su cotidianeidad y sus puestas en escena— permite así subvertir las jerarquías que la Historia muchas veces impone al pasado.
La apuesta por el punto de vista de estos otros sujetos se vincula con otra búsqueda que recorre toda la obra. Así como en la introducción los editores expresan su deseo de que el libro aporte herramientas de comprensión no solo para los investigadores, sino para la sociedad en general (p. 12), todas las investigaciones que componen el libro parten fundamentalmente de una reflexión sobre el presente y de la voluntad, explicita o no, de mostrar la memoria como fuerza política, factor de resistencia al poder y movilización para el cambio. No se trata de una investigación militante en el sentido más común de esta expresión —que por lo general indica una investigación dirigida a ofrecer contenidos a la memoria de determinados grupos, cuyo discurso inevitablemente sacraliza— sino de una investigación que, aun manteniendo su vocación crítica y su rigor metodológico, no renuncia a su rol ciudadano, y cuestiona desde la praxis el paradigma de neutralidad, que muchas veces limita el desarrollo y la trascendencia de las ciencias humanas.
Todos los ensayos del libro parten de la memoria sustancialmente para entender y cambiar el presente: Victor Mora investiga la memoria para cuestionar el enfoque esencialista que aún deforma y encorseta las identidades de los sujetos contemporáneos; Elena Blázquez analiza las creaciones de artistas españoles que se desmarcan de la folklorización del pasado reciente, y crean narrativas experimentales para contar lo que ha sido olvidado o poner en evidencia lo que no se quiere ver; los ensayos de Lidia Mateo y Jean François Macé rescatan las iniciativas autónomas de colectivos movilizados en torno a la memoria en Argentina, cuyas acciones transcienden el ámbito de la justicia y reparación hacia las víctimas, y se dirigen directamente, aún de distintas maneras, a los problemas del presente. Cada uno de estos textos refleja la vocación política de un grupo de jóvenes investigadores que no quieren dejar su trabajo en los escritorios y las oficinas universitarias, sino que desean aportar con ello a la transformación del mundo en que viven. En este sentido, esta obra asume el desafío de devolver a la investigación académica un rol activo y público, en un momento en que la sociedad muestra una necesidad profunda de cambio. Estos ensayos surgen en este contexto de búsqueda y ofrecen su contribución a partir de las herramientas específicas de la investigación de las memorias.
Referencias bibliográficas
Jelin E. (2002). Los trabajos de la memoria. Madrid, MD: Siglo XXI.
Assmann, J. (2008). Communicative and Cultural Memory [Memoria comunicativa y cultural]. En Erll, A. y Nunning, A. (Eds.), Media and Cultural Memory (pp. 109-118). Nueva York, Estados Unidos: Walter de Gruyer.
Assmann A. (2008). Canon and Archive [Canon y archivo]. En Erll, A. y Nunning, A. (Eds.), Media and Cultural Memory (pp. 97-107). Nueva York, Estados Unidos: Walter de Gruyer.
La Capra, D. (2005). Escribir la historia, escribir el trauma. Buenos Aires: Nueva Visión.
Portelli, A. (1991). Lo que hace diferente a la Historia Oral. En Schwartzstein, D. (Comp.), Historia oral (pp.36-51). Buenos Aires, Argentina: CEAL.
Por Maria P. Chiara Bianchini
Universidad Autónoma de Madrid, España
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Notas al pie
[1] Como referencias de ambas tradiciones, podrían mencionarse, por un lado, Elizabeth Jelin y la colección de libros Memorias de la Represión, sobre las dictaduras militares en el Cono Sur; por otro, los estudios de los egiptólogos alemanes Jan y Aleida Assmann, quienes propusieron el concepto de memoria cultural, luego ampliamente utilizado y desarrollado también por otros autores, principalmente europeos y norteamericanos.
[2] Este fue, por ejemplo, el título de un simposio organizado por investigadores de la Universidad de Kassel en el XX Congreso de Hispanistas Alemanes (Heidelberg, 2015).